Sigo releyendo las hojas amarillas del cuaderno, algunas tachaduras en las tareas de cada día, porque claro, a veces no era tan fácil designar entre los hijos mayorcitos quién haría tal o cual cosa. En los varones recaían los mandados y la huerta, en las niñas ayudar en la limpieza, y todos debían ir por la mañana a la escuela.
La abuela a las cinco de la mañana, ya estaba lavando la ropa, a las seis y media, el abuelo al trabajo, a las siete y media el desayuno y los niños a la escuela. Entonces, ella se convertía en reina.
Más de tres horas pasaba la abuela, solita en el caforchi, haciendo aceites, jabones, secando hierbas...
Cuando esa tarde me anunció que haríamos jabones, mi felicidad fue total. Hacer jabones significaba, y aquí va lo que el cuaderno dice:
"No olvidarme, de ponerme los guantes, el pañuelo en la boca y en la cabeza y abrir las ventanas.
En la caja grande está la manzanilla seca, voy usar el aceite de romero y el extraco de ruda.
Poner la olla con el agua a calentar..."
Y siguen las explicaciones y la receta. Pero ahora estamos en el caforchi con la abuela.
Cuando abre las puertas de su mueble, lo hace lentamente, está cerrado con cadenas y candados. Por supuesto, siguió con la costumbre aún cuando sus hijos crecieron y se marcharon, a pesar de que jamás permitía que entraran allí de pequeños, había que tomar muchas precauciones para evitar cualquier accidente ya que allí también se guardaba la soda cáustica.
Olvidé contarles que detrás de este salón, habia una galería, con un modesto y tímido parral que daba sus buenos frutos, pero también servía de secadero de hierbas, ¿podrán imaginar el aroma? En tiempos de la lavanda, era maravilloso, y como en el huerto había tanta variedad de plantas aromáticas, ¡era realmente como estar en un mundo de ensueño! y no quiero olvidarme de la gigantesca glicina, trepada a un resignado sauce, en primavera el perfume era embriagador.
Y entonces la abuela saca del mueble ollas de barro, cuencos, cucharas, trapos, frascos, cajas, bolsitas de algodón con flores secas, hilos... ella sabe que a mi me gusta ver todo eso, así que coloca unas gotas que huelen a violetas, tras mis orejas y en la frente, sonríe, abre cajas repletas de jabones para la ropa, los mira, los cuenta... "uno, dos, tres, nueve... falta uno ... ah... se lo dí a Carmela..."
Son los preparativos, previos, al comienzo de la tarea. Se coloca los anteojos, frunce la nariz, lo huele todo. Heredé también ese gesto, oler y fruncir la nariz con deleite...
Y yo ahora miro la lluvia golpeando el cristal de las ventanas, mientras mecánicamente machaco, en el viejo mortero de piedra, pellejos de cáscaras de nuez y me miro los dedos manchados.
Tres tazones de aceite de oliva ( equivale a 1 litro)
Tres tazones de agua de lluvia
140 gramos de soda caústica
dos cucharadas de extracto de nogal ( el que hacía la abuela, era al vapor, que mezclaba luego con aceite caliente y dejaba estacionar)
dos cucharadas de aceite de almendras.
Mientras revolvía el agua caliente con la soda cáustica (esto lo hacía en la galeria, mientras cantaba canciones sobre una guerra, hablaban de una novia que muere de tristeza creyendo a su amado muerto en la batalla, él ruega un permiso que le niegan y cuando vuelve ella ya hace tiempo fue enterrada. Muchos años después supe, por qué la abuela canturreaba esas canciones tan tristes, cuando hacía jabón (pero ocurrió mucho tiempo más trarde).
Durante más de una hora, daba vueltas y vueltas dentro de la olla, con una hermosa cuchara de madera de higuera, ella misma la fabricó con una rama del árbol. (aún la guardo, como uno de los tesoros más preciados)
Las cáscaras que machaqué, estaban casi deshechas, entonces la abuela me hace una seña, sin dejar de cantar. Yo ya sabía lo que debía hacer.
Busqué las ollitas de acero, a la primera le puse agua, dentro una piedra y sobre la piedra la otra ollita. Esparcí los pellejitos de nuez dentro del agua, y salí a la galería, ya estaba encendida la cocina a leña. Otra seña de la abuela y encontré el hielo.
seguí las indicaciones del cuaderno...
" ...una vez que el agua comienza a hervir, coloco la tapa encima pero al revés, le he hechado los trozos de hielo a la tapa. Espero, cuando se derriten, vacío y otra vez que le he echado más hielo, así una hora..."
Esto es un proceso muy simple. El agua donde están las cáscaras de nuez, al hervir suelta junto con el vapor sus aceites y propiedades, este vapor llega hasta la tapa, y al chocar contra su superficie helada, se condensa y cae dentro de la segunda ollita, al cabo de una o dos horas, hemos juntado una buena cantidad de lo que mi abuela llamaba extracto. Lo preparaba luego en aceite de almendras caliente y al cabo de unos días, lo envasaba.
Cuando terminé, la abuela ya estaba preparando un molde de madera, era un cajón, muy lustrado y cuyo olor tan particular no lo he encontrado en ningún otro objeto que no sea mi viejo baúl.
Con el cabello alborotado luego de quitarse el pañuelo, rápidamente colocaba trapos sobre la mesa, en el caforchi ya los aromas se habían impregnado en todos los rincones. Con cuidado, preparamos el molde, dentro también colocamos un lienzo. Trajimos la olla de barro, que contenía una pasta muy blanca y cremosa. Ya estaba con una buena traza, así que la abuela, tomó un pequeño frasquito color ámbar de una caja de latón, y lo abrió, primero lo olió largo rato... así era ella, en ese lugar trabajaba sin prisas, después de aprobar con un fruncimiento de nariz (graciosamente respingona), midió una cucharada de alpaca, luego dos, las hechaba en un pequeño medidor de cristal, una especie de vasija en miniatura, luego, segura y satisfecha, cuchara de madera en mano, me miraba y solemnemente me pedía que vuelque yo, el extracto a la olla. Mientras ella mezclaba todo. Repetía la operación, esta vez, con el aceite de almendras.
Eso era todo, solo restaba hechar el jabón al molde y ponerlo a resguardo las próximas cuarenta y ocho horas, tiempo en el que me invitaría, al ritual de cortarlos y trasladarlos para su curación. Eso era en el sótamo, pequeño pero reluciente, de paredes encaladas, el piso y el techo eran de madera. De un lado las conservas, del otro, jabones, solo los de baño, ya que para el lavado de ropa, eran procesados con calor, por lo que solo los dejaba en la galería unos días aereandose.
El jabón de nogal hecho con esta receta, adquiere un fuerte aroma, muy particular, y un color marrón rojizo muy vivo.
- jabones en el sótano de la abuela. año 1985.
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