Refería Wenceslao Fernández en su artículo sobre el luminoso de la plaza Canalejas: "Los toreros estaban á un dedo de la neurastenia. Si alguna vez tenían que pasar por la calle de Sevilla, llevaban constantemente estirados los dedos meñique e índice de sus manos [...] Y como en medio de una conversación brillasen las culebritas en la fachada de la casa nefasta, cortaban el hilo de su discurso, para exclamar, nerviosos:
-- ¡Lagarto, lagarto, lagarto!... ¡Mardita zea!... ¡Vaya una ideita la de ezoj tioz!... ¡Mire ozté que colocar ahí unaz bichaz!..."
Ya he comentado que esos adornos laterales del anuncio se retiraron poco después, con gran alivio de los forofos del toreo.
Esta expresión tan castiza para conjurar el mal fario enlaza con la que inspiró el nombre comercial de otro proyecto jabonero que había comenzado por esos años en el norte de España. De la colaboración entre los empresarios vascos Lizariturry y Rezola, el inventor alemán Peter Krebitz y el ingeniero francés Mr. Lambert, surgió en 1914 en San Sebastián una fábrica de jabón, cuya marca sigue activa hoy en día.
Tres años antes de que el inventor alemán patentase sus métodos en Estados Unidos, ya se estaban utilizando en la fábrica creada en Donostia.
Dice la página web de la empresa: "Tan avanzadas eran las técnicas utilizadas que los operarios, temerosos de que no funcionaran bien tantos avances tecnológicos, exclamaban en alto “¡Lagarto, Lagarto!”. El buen funcionamiento de la maquinaria y la calidad del jabón producido, disipó cualquier duda y, como recordatorio de la anécdota, se escogió el nombre de la marca: “LAGARTO”."
El hecho de que durante la Primera Guerra Mundial se paralizasen las fábricas europeas contribuyó a que el jabón Lagarto se exportarse a toda Europa, utilizándose incluso en la limpieza de heridas y evitando infecciones, algo que seguramente salvó muchas vidas.
Era un jabón multiusos de calidad superior. Uno de los primeros anuncios impresos de este jabón reza así: “Pureza garantizada. Especial para el lavado de tejidos finos, sedas, puntos, encajes, franelas, etc.”. Su calidad lo hacía especialmente recomendable para la ropa delicada.
Aunque sin destinar tantos recursos al marketing como los fabricantes de jabones cosméticos Gal, Floralia, La Toja o Myrurgia, Lagarto perdura desde hace más de un siglo en el mercado español. Hoy la marca la lleva otro empresario, la fábrica está en Illescas, Toledo, y tiene una gama completa de productos de limpieza. Pero para quienes nacimos el siglo pasado, el jabón Lagarto va asociado a una pastilla grandota color de miel, que no cabía en la mano y se usaba para todo.
.
